*Su trayectoria está marcada por la inconsistencia y la falta de compromiso
*La llegada de Carlos Joaquín al poder facilitó la entrada y consolidación de diversos carteles de droga y elementos del crimen organizado
Por Joaquín Quiroz Cervantes
En el juego político de Tulum, Jorge Portilla Manica, el autodenominado tulumnense, se encuentra en una encrucijada marcada por la ignorancia y la ineficacia, evidencias claras de un camino lleno de desaciertos.
A pesar de haber tenido en sus manos la responsabilidad como secretario general del ayuntamiento de Tulum, su gestión ha dejado mucho que desear, principalmente en temas cruciales como la seguridad pública, un área que claramente estipula el Reglamento Interior de la Secretaría General del ayuntamiento de Tulum, Quintana Roo, en su capítulo 1, artículo 11, apartado XXIX, que dice: “El secretario general del ayuntamiento Coordinará, en auxilio del Presidente Municipal los Cuerpos de Seguridad Pública Municipal”.
Portilla, a quien despectivamente apodan “Bebeson”, parece no entender el significado ni la importancia de sus deberes pasados, ignorando las obligaciones que le competían. Ahora, en un giro irónico, se desgarra las vestiduras en spots publicitarios pidiendo más seguridad, mostrando una falta de coherencia y una desfachatez alarmante. Es un acto de teatro político que no convence a nadie, mucho menos a los ciudadanos de Tulum que han visto su inacción de cerca.
Este personaje, ahora en busca de una regiduría, se enfrenta no sólo a la oposición de su rival político Diego Castañón, sino también al rechazo generalizado de la comunidad. Castañón, por su parte, parece encarnar todo lo que Portilla no es: un político comprometido, organizado y conciliador, ganándose el apoyo de varios grupos políticos y mostrando un interés genuino por el bienestar de Tulum.
Portilla, en cambio, sigue rodeándose de figuras marginales y oportunistas, aquellos que no encuentran cabida en proyectos serios y sólo buscan aprovecharse de su condición económica y de influencia para beneficio propio. Sin embargo, su fama de ser avaro y poco confiable ya es bien conocida, lo que sólo añade a la imagen de un político en declive.
La trayectoria de Jorge Portilla está marcada por la inconsistencia y la falta de compromiso. Su historia política está llena de abandonos y promesas no cumplidas, como lo demuestra en 2016, cuando ganó la regiduría, al perder estrepitosamente la presidencia municipal, silla que dejó botada.
Ahora, con un futuro político incierto y un desempeño pasado cuestionable, Portilla parece más un lastre para el Movimiento Ciudadano y para Tulum que un candidato viable. Su intento de erigirse como un verdadero representante de los tulumnenses es, a todas luces, un acto fallido.
Una mirada a la fallida gestión de Carlos Joaquín
En la política mexicana, donde las figuras públicas están constantemente bajo el escrutinio del ojo público sale una figura que ha sido crucial en el deterioro, de la seguridad en Quintana Roo: Carlos Joaquín González. Su administración, que prometía ser un gobierno de cambio, se ha convirtió en el blanco de la inseguridad por el aumento de la violencia en la región.
Quintana Roo, un estado conocido por su paradisíaco escenario turístico, ha visto una escalada en su índice de criminalidad que coincide curiosamente cuando fue el mandato de Carlos Joaquín. Playa del Carmen, por ejemplo, un lugar antes visto como un refugio de paz, se ha transformado dramáticamente desde 2016, Incidentes como los ocurridos en el Blue Parrot durante el extinto festival de música electrónica BPM, son sólo un eco de los problemas que empezaron a aflorar bajo su gobierno.
Pero no todo recae en un solo hombre. La inseguridad es una bestia de múltiples cabezas. La llegada de Carlos Joaquín al poder no sólo marcó un cambio de administración, sino también presuntamente facilitó la entrada y consolidación de diversos carteles de droga y elementos del crimen organizado. A esto se suma la gestión considerada ineficaz de figuras como Jesús Alberto Capella, jefe policiaco, y otros colaboradores que no lograron contener la ola de violencia.
Todo esto se heredó a la actual administración y es resultado de la entrega de Quintana Roo al crimen organizado por parte del hoy embajador de México en Canadá, y que hoy las autoridades hacen todo lo posible y más allá por tener lo más seguro posible al estado, sobre todo velar por la seguridad de la gente que no tiene nada que ver con los integrantes del crimen organizado.
La situación en Chetumal, la capital del estado, una ciudad que una vez fue tranquila, ahora es testigo de ejecuciones y enfrentamientos entre bandas rivales del crimen organizado, hechos aislados que en un sitio en el que no pasa nada, se magnifica.
Además, no se puede ignorar el papel de la estrategia federal contra el crimen organizado, que parece no haber sido efectiva, no sólo en Quintana Roo sino en todo México. La Guardia Nacional y el Ejército, aunque ocupados en proyectos como la construcción del Tren Maya, son también parte de esta narrativa de inseguridad que parece expandirse como una mancha de aceite.
Carlos Joaquín González, como gobernador, juzgado hoy como el peor que ha tenido la entidad, debe enfrentar estas críticas, sin embargo, en la simulación y beca cortesía del gobierno de México desde Ottawa hace mutis como lo hizo todo su sexenio.
La inseguridad en Quintana Roo no es un problema que nació de la noche a la mañana, ni será uno que desaparezca con el simple cambio de administración. Requiere de un esfuerzo conjunto, estratégico y, sobre todo, una visión a largo plazo que priorice el bienestar de sus habitantes y la seguridad de sus visitantes.
Curva peligrosa…
El Aeropuerto Internacional de Cancún, operado por el Grupo Aeroportuario del Sureste (ASUR), presidido por Fernando Chico Pardo, sigue siendo el foco de críticas constantes, tanto por su deficiente infraestructura como por el escandaloso costo de los servicios que ofrece, especialmente en lo que a alimentación se refiere.
El descontento es palpable cuando se observan los precios exorbitantes: una pizza por 900 pesos y una cerveza por 400 pesos, son sólo ejemplos de cómo el turismo, lejos de ser tratado como el patrimonio valioso que es para Cancún, parece ser visto como una mina de oro para explotar sin reparo alguno. Estos costos, además de dañar el bolsillo del consumidor, manchan la imagen de uno de los destinos turísticos más emblemáticos de México.
Es imperativo que entidades como la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) intervengan para regular estos precios abusivos. La negligencia y la avaricia no pueden ser los distintivos de una terminal que sirve de puerta de entrada a tantos visitantes nacionales e internacionales. Si este saqueo continúa, no sería sorprendente que turistas y aerolíneas busquen alternativas como el aeropuerto de Tulum, lo que podría derivar en una redistribución de la afluencia turística que beneficiaría a los usuarios, pero perjudicaría enormemente a Cancún.
Resulta crucial, entonces, replantear la gestión y las políticas de operación del aeropuerto de Cancún. La competitividad de un destino turístico no sólo se mide por sus bellezas naturales o su oferta hotelera, sino también por la calidad y el costo de sus servicios básicos, como lo son los aeropuertos. Los visitantes merecen respeto, y Cancún debe asegurarse de ofrecer una experiencia que esté a la altura de su reputación mundial.
Y recuerden… esto es sólo para informad@s, si ustedes no estuvieran ahí leyendo yo no estaría aquí escribiendo, y si ser Malix el Huso Horario, el Whatsapp, el Facebook, X, la CFE, López, el Covid19, los troles y envidiosos nos lo permiten, nos leemos pronto, Dios mediante, pero que sea XLaLibre.
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