*Para el ciudadano promedio, el desafío es discernir entre una encuesta legítima y una fraudulenta
* Prepárense para que el sabor de la política se intensifique con la entrada en escena de las campañas por ayuntamientos y el Congreso del Estado
Por Joaquín Quiroz Cervantes
En cada contienda electoral, los partidos y sus candidatos no sólo entran en la inevitable etapa de descalificaciones mutuas, también se sumergen en una menos visible pero igualmente intensa guerra de encuestas. Este fenómeno, que parece replicarse con cada proceso electoral, plantea serios cuestionamientos sobre la integridad y el impacto de los sondeos en la percepción pública.
Como bien reza el dicho popular adaptado a este contexto: “Quien paga el mariachi, elige las canciones”. No es raro encontrar que cada candidato dispone de al menos una encuesta donde los números mágicamente sugieren que están al frente o, sorprendentemente, cerca del líder, aunque las realidades demográficas y políticas sugieran lo contrario. Esto nos lleva a cuestionar: ¿cuánto de lo que leemos y escuchamos es un reflejo fiel de la voluntad popular y cuánto es una construcción pagada por intereses particulares?
La proliferación de empresas encuestadoras cada ciclo electoral ha resultado en un boom de firmas, muchas de las cuales operan en la sombra de la regulación. Aunque eliminar estas entidades “patito” podría ser visto como un ataque a la libertad de expresión, su existencia erosiona la credibilidad de las instituciones encuestadoras establecidas y, por ende, la confianza en este instrumento democrático esencial.
Es aquí donde el mercado debería, en teoría, autocorregirse: las encuestadoras que consistentemente fallan en prever resultados deberían perder credibilidad y, eventualmente, clientes. Sin embargo, el daño al método científico y al prestigio de la encuesta como herramienta de predicción política es, muchas veces, un mal ya consumado.
En el caso específico de Quintana Roo, como en muchas otras jurisdicciones, las encuestas varían, desde aquellas manipuladas a puerta cerrada, hasta las autogestionadas por los partidos políticos para designar a sus candidatos. Esta realidad no hace más que confirmar la percepción de que estamos frente a una farsa orquestada, donde la verdad es el precio a pagar por la manipulación de la opinión pública.
A una semana de la jornada electoral, es probable que el ambiente político ofrezca un espectáculo de acusaciones y revelaciones, con una notable discrepancia entre lo publicado al inicio del proceso y los datos que emergen en su recta final. Estas “encuestas fantasmas”, como las hemos denominado, no sólo confunden al electorado, sino que desacreditan por completo la utilidad de las encuestas como herramienta de decisión cívica.
Para el ciudadano promedio, el desafío es discernir entre una encuesta legítima y una fraudulenta. La clave podría estar en el reconocimiento de la firma que respalda el sondeo. Una firma establecida y respetada es usualmente sinónimo de credibilidad; sin embargo, en tiempos donde la información se manipula con facilidad, incluso este criterio es insuficiente sin una dosis saludable de escepticismo.
Mientras las encuestas continúan jugando un papel controversial en las dinámicas electorales, es imperativo para los votantes, los partidos, y los candidatos, mantener una perspectiva crítica y cuestionadora sobre los resultados que estas arrojan.
En última instancia, la transparencia y la veracidad de los procesos democráticos deben prevalecer sobre cualquier intento de manipulación estadística. En este juego de espejismos y realidades, sólo el escrutinio público y una ciudadanía bien informada pueden garantizar que la verdad no sea la primera baja en la batalla electoral.
La farsa de la inclusión: cuando las gafas se convierten en bastón
En Quintana Roo, el espectáculo político nunca decepciona, especialmente cuando se trata de las “inclusivas” designaciones de candidaturas para grupos vulnerables. Ahí tenemos a las autoridades electorales, el Tribunal Electoral de Quintana Roo (Teqroo) y el Instituto Estatal Electoral (Ieqroo), haciendo de las suyas en una actuación digna de premio Razzie por su contribución al arte del disimulo.
En un giro tragicómico, ahora resulta que tener miopía o astigmatismo es suficiente para ser considerado persona con discapacidad. ¡Qué innovación! ¿Próximo paso? Tal vez aquellos con anteojos podrán aparcar en los cajones reservados para discapacitados, con el aval de nuestras estelares instituciones. No se sorprendan si, en un futuro cercano, ver a alguien ajustando sus lentes para mejor visión le otorgue automáticamente una placa de discapacidad.
¿Y qué hay de las cuotas LGBT? Esa es otra historia de misterio y magia electoral: basta un rumor para validar candidaturas, mientras que los verdaderos activistas, aquellos que luchan por los derechos y reconocimientos legítimos, parecen invisibles para el sistema. Tal vez estamos mejor en una sociedad regida por usos y costumbres que por estas leyes de goma, que los prestidigitadores del derecho manipulan a su antojo.
La ironía es que mientras estos atropellos a la lógica y la justicia continúan, los realmente afectados —los auténticamente discapacitados y las minorías olvidadas— se mantienen en un silencio sepulcral. Mudos testigos de cómo se pisotean sus derechos, quizás temiendo que levantar la voz sea sólo otra invitación a ser ignorados.
Si este es el modelo de inclusión que nuestras queridas instituciones planean seguir, entonces tal vez necesitemos un nuevo par de lentes, no para mejorar nuestra vista, sino para filtrar la farsa que nos venden como equidad. Al final del día, entre más absurda la realidad, más ingeniosos los disfraces que usan para cubrirla. ¡Y qué caro nos sale el espectáculo! Pero claro, esto continuará… mientras los afectados sigan callados.
Curva peligrosa…
Como si se tratara de un preámbulo insípido, las campañas federales nos han ofrecido hasta ahora un menú bastante desabrido. Plagadas de propuestas genéricas y discursos más vacíos que congreso en viernes, estos eventos han transcurrido más como un letargo obligado que como la festividad democrática que deberían ser. Pero no todo está perdido, porque el verdadero platillo está por llegar con el inicio de las campañas locales el próximo 15 de abril.
Prepárense para que el sabor de la política se intensifique con la entrada en escena de las campañas por ayuntamientos y el Congreso del Estado. Si bien lo federal pudo haber resultado en una larga siesta de ideas recicladas y debates que parecían más un ensayo de mal teatro que un intercambio de visiones de futuro, hay indicios de que lo local promete revivir el paladar de los electores con una sazón más auténtica.
Es en lo local donde las promesas tocan la puerta de casa, donde los candidatos caminan las calles que prometen pavimentar y donde los problemas de la gente no necesitan traductor. Aquí, los discursos tendrán que vestirse de realidad y las propuestas deberán tener el peso de lo concreto, porque el electorado puede ver, tocar y sentir directamente las consecuencias de sus decisiones.
Atrás quedará, esperamos, la monotonía de un debate nacional sin chiste ni gracia, eclipsado por la vitalidad de las contiendas municipales y estatales. Aquí es donde la política se cocina a fuego lento, en las cocinas de las gestiones locales, donde un bache tapado puede ganar más votos que cien spots.
Y recuerden… esto es sólo para informad@s, si ustedes no estuvieran ahí leyendo yo no estaría aquí escribiendo, y si ser Malix el Huso Horario, el Whatsapp, el Facebook, X, la CFE, López, el Covid19, los troles y envidiosos nos lo permiten, nos leemos pronto, Dios mediante, pero que sea XLaLibre.
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