*Se alega que hubo un afán de torcer la ley, de manipularla de forma que se ajustara a los deseos vengativos del entonces gobernador
* Roberto Palazuelos, el aspirante a senador por el llamado Movimiento Naranja, personifica la paradoja entre el estrellato mediático y el escenario político
Por Joaquín Quiroz
La política, cuando se contamina con los complejos y ansias de venganza de quienes detentan el poder, se transforma en un escenario de tragedia griega donde los actos impulsivos de un líder marcado por traumas y frustraciones personales recaen sobre el colectivo inocente.
Tal es el caso del gobierno de Carlos Joaquín, quien, lejos de elevar la estatura del debate y la acción política en Quintana Roo, optó por ajustar cuentas con aquellos a quienes consideraba adversarios.
No es un secreto que las heridas familiares de su infancia se proyectaron en su mandato. Su administración estuvo marcada por una persecución penal que, según algunos críticos, rozó la obsesión.
El ex fiscal Óscar Montes de Oca Rosales, uno de los predilectos del Chespirato, supuestamente, tejía una red de complicidades que se extendía hasta el Poder Judicial, con el único fin de acosar a los enemigos políticos de Carlos Joaquín.
En el caso de Roberto Borge, se alega que hubo un afán de torcer la ley, de manipularla de forma que se ajustara a los deseos vengativos del entonces gobernador. Prácticas que ahora parecen revertirse.
El 14 de febrero pasado ha trascendido. Se celebró una audiencia clave: la acusación de peculado contra Borge fue desestimada, evidenciando lo que los Heraldos de Xlalibre describen como una actuación maliciosa por parte de los empleados de Carlos Joaquín.
La falta de ejercicio de la acción penal y la no vinculación a proceso de Borge o su madre, en este caso, sugieren que las imputaciones eran más ficticias que reales, más producto de la animadversión que de la justicia.
Ahora, con un cambio en la Fiscalía y un Poder Judicial que actúa, presumiblemente, con independencia y apego al derecho, la perspectiva de libertad para Borge se torna más palpable. Aquellos que se prestaron a la manipulación de la justicia deben estar, si cabe, inquietos, temiendo que sus acciones bajo el mandato de Carlos Joaquín puedan volverse contra ellos.
En su lucha personal, Carlos Joaquín no sólo enfrentó sus demonios, sino que arrastró a un estado entero en su vendetta, afectando a innumerables inocentes.
La persecución y hostigamiento, y hasta la extorsión, se han citado como las armas de un gobierno que debió ser garante de justicia y no de ajustes de cuentas personales.
Hoy, Quintana Roo se encuentra en un punto de inflexión, desenredando las marañas de un pasado problemático. El curso de la justicia parece enderezarse, y con él, la esperanza de que la política se pueda liberar de las cadenas de los conflictos personales para realmente servir al pueblo.
En el tablero político de Movimiento Ciudadano…
En el ajedrez político que dibuja el espectro de Movimiento Ciudadano, las piezas se mueven con una torpeza que raya en la tragicomedia. Se percibe un hambre voraz de poder, acompañado de un juego de incongruencias que provoca, más que una mera risa nerviosa, una profunda preocupación por el futuro político que nos aguarda.
Roberto Palazuelos, el aspirante a senador por el llamado Movimiento Naranja, personifica la paradoja entre el estrellato mediático y el escenario político. Su indignación, al ser confrontado con su pasado, es comparable a la mediocridad de su carrera histriónica, sin un Oscar ni un Globo de Oro que avale su “talento”.
El premio TVyNovelas no es un laurel que portar en el senado, pero, al parecer, en este teatro del absurdo, cualquier guiño de la farándula se confunde con una credencial para legislar. No obstante, los esqueletos en el armario de Palazuelos empiezan a clamar por la luz del día, y su defensa como un impecable empresario se desmorona ante la podredumbre que parece seguirle los pasos.
Confiado en el poder de un rostro conocido, avanza hacia la senaduría como si de un papel protagónico se tratara, ignorando las voces disidentes de sus propios compañeros de partido, como Patricia Mercado, que no temen descalificarlo.
Mientras tanto, en el frente local, la lucha por las regidurías de Movimiento Ciudadano desata verdaderas batallas campales. Las aspirantes a la regiduría othonense dejan en claro que el sueldo de una regidora capitalina es el verdadero premio a alcanzar, despreciando cualquier otro talento que pudieran tener o apostar.
En los demás municipios, la figura de Palazuelos se erige como una esperanza vacía, mientras los ojos están puestos en la potencial regiduría de Tulum que Jorge Portilla podría ocupar.
La dirección del partido, por su parte, parece haberse convertido en una tragicomedia de enredos familiares. José Luis Pech busca colocar a su hijo en una posición de privilegio, evidenciando que el nepotismo es el verdadero color del partido, más allá del naranja que pregonan.
En resumen, Movimiento Ciudadano se encuentra en un laberinto de despropósitos, donde la calidad política se sacrifica en el altar de las ambiciones personales y la falta de consistencia ideológica.
Entre el despliegue de teatralidades y la ausencia de una verdadera substancia política, el “nananan naranja” resuena más como el réquiem de una esperanza política que como el himno de un partido serio.
En el teatro de lo absurdo que es la política de Movimiento Ciudadano, el telón está lejos de caer, y el público asiste atónito a la representación de una obra que nadie parece querer aplaudir.
Y recuerden… esto es sólo para informad@s, si ustedes no estuvieran ahí leyendo yo no estaría aquí escribiendo, y si ser Malix el Huso Horario, el Whatsapp, el Facebook, Twitter, la CFE, López, el Covid19, los troles y envidiosos nos lo permiten nos leemos pronto Dios mediante, pero que sea Xlalibre.